Si lo que está pasando en el mundo te produce sensaciones de miedo, cansancio, agotamiento, incredulidad y preocupación en todas sus magnitudes, estás experimentando sentimientos normales y ajustados a la realidad. Tras dos largos años de duelo, estrés, tensión y desgaste causados por el COVID, la noticia de una guerra, y esta guerra, en el seno de Europa, nos ha cogido a muchos con pocas reservas.
Cuando la realidad es objetivamente dura, preocupante, triste y angustiosa, es razonable sentir algunas o todas estas emociones.
Tenemos mucho que procesar, entre otras cuestiones existenciales tenemos esto en el temario del examen:
- La confrontación con la muerte: La propia y la ajena.
- Una enorme sensación de vulnerabilidad e indefensión.
- La confrontación con la maldad, con la crueldad, con el “mal”.
- El miedo al sufrimiento propio y ajeno.
- El afrontamiento de los retos habituales del día a día con pocas fuerzas, cansancio y mucha tensión acumulada.
Es diferente el impacto en cada uno:
Con qué intensidad o claridad se plantean estas cuestiones depende de la persona, de su historia, de su sensibilidad, de su capacidad para hacer introspección y de su momento vital.
En cierto sentido, cómo podamos manejar este coctel emocional tendrá que ver con cómo de cerca y de detalle veamos la realidad.
La negación: Las gafas con las que vemos el mundo
La negación es un mecanismo de defensa útil y sano en muchos contextos. Necesitamos negar que el peligro existe para poder vivir. En muchas ocasiones necesitamos negar para poder tomar decisiones valientes y difíciles. Negamos constantemente: desde las estadísticas de accidentes de tráfico para coger el coche, que fumar o beber alcohol es dañino para el cuerpo para seguir haciéndolo, que querer a alguien supone el riesgo de perderlo, y así un largo etcétera.
Antes de que estallara esta guerra tan omnipresente ahora en todas partes, negábamos que cientos de personas viven en la miseria en el mundo y mueren cada día por situaciones de injusticia, guerra, violencia y desigualdad.
En definitiva, necesitamos negar para poder vivir. La ausencia absoluta de negación nos dejaría en un bucle sin final de miedo, obsesión y culpa.
Existen personas más negadoras y personas menos negadoras. Saber en qué lado del contínuo te encuentras es importante:
- Quienes más niegan tienden a ser más optimistas y despreocupados en su mejor versión o a veces algo irresponsables o poco empáticos en su peor expresión.
- Quienes menos niegan tienden a ser organizados, previsores, responsables y empáticos en su mejor versión o más inseguros, rígidos y obsesivos en su peor expresión.
Cuando como ahora, negar la realidad es imposible (o muy difícil), ambos tienen algo que aportarnos para ayudarnos a encontrar algo de sentido en estos tiempos:
Lo bueno de negar cuando la realidad es descorazonadora: Para poder negar hay que conseguir “no ver tanto”. Para esto tendremos que:
- Limitar la sobreexposición a la realidad. Aunque la realidad sea dura, mirarla con lupa, constantemente es inútil y poco aconsejable.
- Limitar las fuentes de noticias que consultamos, evitando las más sensacionalistas o gráficas.
- Limitar el tiempo al día que invertimos en mantenernos informados.
- Hacer hueco voluntario a la negación: Hacer un ejercicio consciente por seguir viviendo “como si nada”.
- Seguir celebrando y disfrutando.
- Dedicar tiempo a tareas mundanas que nos den sensación de normalidad.
- Engancharnos a realidades paralelas: Libros, series o películas. Dejar la mente en blanco es imposible. Para desengancharnos de algo, a veces hace falta engancharnos a otra cosa.
Lo bueno de no negar cuando la realidad es descorazonadora: Ponerse en el peor escenario, de manera que sea útil. Irvin Yalom centró gran parte de su trabajo en reflexionar acerca de cómo pensar en nuestra propia muerte, puede salvarnos la vida.
“Si vivimos una vida llena de arrepentimientos, llena de cosas que hemos dejado de hacer, si vivimos una vida vacía, sin sentido, cuando llegue la muerte, será mucho peor.” Irvin Yalom.
A veces, ponernos en el peor escenario puede ser un ejercicio liberador y de gran profundidad. Perder la esperanza es un sentimiento terrible y con razón, huimos de él. Sin embargo, tener presente que lo que vaya a pasar, va a pasar es al mismo tiempo, aterrador y potencialmente muy tranquilizador.
Cuando algo no depende en absoluto de lo que hagamos, uno puede y DEBE descansar. Es casi una obligación pensar en otras cosas, vivir el momento, celebrar los éxitos o planear momentos bonitos. No se puede hacer nada así que, ¡vivamos!
Las crisis existenciales pueden llenarnos de miedos y debilitarnos o pueden sacar de nosotros una fuerza profunda que lo cambie todo.
Cuando uno mira de frente la propia vulnerabilidad y la acepta, sólo queda espacio para tomar las riendas de la propia vida. Responsabilizarnos de lo que sí podemos hacer, nos tranquilizará y llenará nuestra vida de sentido. Una manera de manejar la angustia es poner el foco en aquellas áreas de la vida donde sí podemos actuar. Cuidar nuestro entorno, nuestro cuerpo, nuestro intelecto, hacer voluntariado, rezar o meditar.
Confrontados con el sufrimiento, con el dolor, con el miedo, tenemos una oportunidad de preguntarnos si estamos viviendo la vida que queremos vivir. Si nuestras prioridades están en orden. Si realmente llegara el final, ¿nos arrepentiríamos de algo?
El orden en este caso sí altera el producto.
- Confrontarnos con la realidad de que no podemos controlar prácticamente nada de lo que está ocurriendo.
- Una vez aceptado esto, coger las riendas para llenar nuestra vida de sentido. Es lo único que podemos hacer. Y es suficiente para encontrar la paz.
- Cuidemos a nuestro sistema nervioso protegiéndolo de sobreinformación, imágenes y bulla que nos impidan vivir el momento presente.
Nos alcanzará la muerte (literal y simbólica en forma de sufrimiento y limitación), no hay escapatoria posible, nunca la ha habido. Tan malo puede es obsesionarse con esto (demasiada poca negación) como ignorar este hecho (demasiada negación).
Algunas recomendaciones para estos tiempos:
Para leer y reflexionar y al mismo tiempo evadir:
2 comentarios
Y » La bailarina de Auschwitz»
¡Si! ¡Buenísimo también!