Psicología & Psicoterapia

¿Es posible vincularse de verdad? Una reflexión sobre amor, compromiso y libertad en tiempos líquidos

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Cuando el vínculo se vuelve pregunta

Me han invitado a participar en un congreso cuyo tema central es la reflexión sobre «El cambio, la incondicionalidad y la cuestión de si el amor y el vínculo pueden ser eternos». No tengo respuestas definitivas. Pero la invitación a pensarlo —y a escribirlo— me resulta profundamente apetecible. Porque cuando hablamos de vínculo, hablamos de algo esencialmente humano.

Casi todo mi trabajo lo dedico a atender personas (pacientes), y muchas horas del día las paso en terapia hablando y pensando sobre el miedo a comprometerse. Sobre la dificultad de sostener un “sí” cuando el otro también quiere quedarse. Sobre la sensación de que vincularse es, en parte, renunciar a algo propio… o, por el contrario, sobre la urgencia de decir que sí porque no soportamos el vacío que deja el “no”.

¿Es posible vincularse?
¿Es posible el compromiso?
¿Y se puede sostener a lo largo del tiempo, en las distintas etapas de la vida?

Invisibles y eternos

Se atribuye a Nietzsche la siguiente reflexión: “La peor pesadilla de un ser humano sería ser invisible y eterno.”

No ser visto, no ser elegido, no compartir la vida con otros… eso nos rompe. Mucho del sufrimiento que vemos en consulta tiene que ver con eso: el deseo de ser significativo para alguien, de pertenecer, de construir un vínculo donde poder ser con otro.

Entre lo líquido y lo rígido

Zygmunt Bauman ha reflexionado sobre los riesgos de lo líquido: relaciones frágiles, vínculos superficiales, ideas y valores que se abandonan con facilidad. Una forma de estar en el mundo —y con los otros— que no tolera el conflicto, la espera ni la incomodidad.

Pero también hay riesgo en el otro extremo: cuando lo sólido se convierte en rigidez. Cuando el compromiso deja de ser una elección y pasa a ser un deber impuesto. Cuando no hay una elección real, porque el “no” ya no es una opción. Cuando el vínculo deja de contener y empieza a asfixiar. Cuando no puedo decir que no, y por lo tanto, tampoco estoy diciendo que sí.

Desde la psicología, muchas veces hablamos de este movimiento pendular: personas que oscilan entre el “sí” porque el “no” no existe —porque no pueden tolerar la soledad, el qué dirán, la culpa, la responsabilidad— y el “no” porque el “sí” asusta demasiado —porque vincularse las confronta con sus propios egoísmos, con sus heridas, su historia, su vulnerabilidad.

La paradoja del vínculo

Queremos amar, pero tememos perder la libertad. Queremos intimidad, pero también preservar una parte intocable de nuestro yo. Queremos pertenecer, pero sin quedar atrapados. Esta es la paradoja: tanto la evasión como la fusión extrema terminan negando la posibilidad de un vínculo real.

Amar, en este contexto, es una tarea. No algo que ocurre sin más. Erich Fromm decía que el amor es un arte, y como todo arte, requiere dedicación, conciencia, entrenamiento. No se trata de idealizar el compromiso como algo heroico, pero sí de entenderlo como una elección que se construye día a día. Un “sí” que no anula la libertad, sino que la pone al servicio del vínculo.

El espacio intermedio

Quizás no se trata de elegir entre lo líquido y lo sólido, sino de encontrar una forma porosa de vincularnos. Una forma que permita compromiso sin rigidez. Que no confunda libertad con desvinculación. Que deje espacio para la duda, el cambio y el crecimiento, sin perder de vista el deseo de estar con otros.

No solo en las relaciones de pareja. También en la amistad, en los vínculos familiares, en el trabajo, en los proyectos compartidos… incluso en nuestra relación con aquello que nos trasciende, la fe.

Algunas preguntas para quedarse pensando

¿Y si el verdadero compromiso no fuera una certeza, sino un hilo que se tensa y se afloja, pero no se rompe en cada tirón? Se puede romper, pero si se cuida y es resiliente, puede perdurar.

¿Y si vincularse no fuera un acto de fusión ni de huida, sino una forma de aprender a estar acompañado sin dejar de estar en uno?

¿Y si el compromiso no tuviera tanto que ver con prometer para siempre, sino con elegir seguir estando, aunque algunas veces no sepamos cómo?

¿Y si el problema no es tanto el miedo a amar, sino lo poco que nos permitimos sostener la incertidumbre de ser amados?

¿Y si la libertad no se opusiera al vínculo, sino a la imposición de ser quienes no somos para que el otro no se vaya?

¿Y si lo valioso no fuera solo el amor que dura, sino el que se atreve a transformarse sin romperse del todo?

¿Y si…?

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