No somos tan buenos como nos decimos (o nos dicen) cuando ganamos, cuando tenemos éxito, cuando logramos algo. Tampoco somos tan malos como nos decimos (o nos dicen) cuando perdemos, nos equivocamos o nos rompemos.
Si alguien nos adula, ojalá podamos evitar cometer el error de dejarnos seducir por palabras que nos inflan el ego. Cuando nos denigren, será nuestra obligación no cometer el error de dudar de nuestra dignidad y valía más fundamental.
“Memento Mori”: Recuerda que eres mortal
Durante los desfiles de triunfo romanos, un esclavo o un asistente solía acompañar al general victorioso (el «dux») en su carro de triunfo. Este esclavo tenía la tarea de susurrar repetidamente: «Memento mori» (Recuerda que eres mortal) al oído del general, para recordarle su humanidad y evitar que se dejara llevar por la arrogancia o el orgullo excesivo. Esta práctica servía como un recordatorio de la humildad y de la naturaleza efímera del éxito y la vida misma.
Esta capacidad para vernos verdaderamente y ver la realidad es como la columna vertebral de nuestra fortaleza psicológica.
Las dos caras de la moneda:
Quien está deprimido y no encuentra en sí valía alguna es alguien que sufre y más fácilmente será zarandeado por lo que ocurra a su alrededor. Lo que a veces pasa más desapercibido es que quien niega su sombra, sus fallos y límites como mecanismo para sentirse bien (sin necesidad de llegar a un trastorno de personalidad) es igual de endeble que el primero. Igual de dependiente de la mirada admiradora del otro, de un “like”, de un ascenso, de un saludo.
La necesidad de sentirnos queridos:
Las personas necesitamos de otros para formarnos completamente. En cierto modo es como si naciéramos con una incertidumbre total con respecto a lo que somos, al amor que merecemos, a lo que podemos aportar. Esta incertidumbre congénita nos hace tremendamente vulnerables respecto a la información que nos transmiten quienes cuidan de nosotros en los primeros años de vida.
Muy al comienzo, nuestro entorno nos comunica que importamos a través de sus “suficientes” atenciones. Nuestros padres nos abrazan, nos atienden, nos alimentan. Si cuando somos totalmente dependientes no recibimos ni siquiera esta suficiente contención, podemos sobrevivir claro, pero acarrear heridas emocionales profundas que afectan la salud mental y física a lo largo de la vida. Esto no es dramatizar, es pura biología.
Más adelante, cuando nos hacemos adultos y aunque nos cueste reconocerlo, nuestra posición en determinadas escalas sociales nos causa mucha preocupación. Como señala Alain de Botton en su libro Ansiedad por el Estatus:
“Dejando a un lado a ciertos individuos poco comunes (Sócrates o Jesús), para tolerarnos a nosotros mismos nos basamos en las señales de respeto que emite el mundo.”
Recuerda que mereces amor:
Si cuando llegamos a este mundo nuestros padres, nuestros amigos, nuestros profesores y nuestro entorno nos «susurran al oído» con suficiente frecuencia: “Recuerda que eres amado”, ante un fracaso o un dolor podremos recurrir a esta voz interna que nos protegerá de una desesperanza excesiva, de la pérdida de confianza completa en nosotros mismos.
A veces esta voz hay que aprenderla, hacerle un hueco, permitir que conviva con la duda y el trauma. Muchas veces de esto se trata la terapia. A menudo y sobretodo últimamente, se banaliza la terapia acusándola de generar a gente egocéntrica y potenciar la autocomplacencia. Bajo ningún concepto de esto se trata una BUENA terapia (no niego que esto ocurra en ocasiones). El crecimiento maduro ocurrirá si se consigue hacer un espacio interno firme para ambas realidades.
Somos limitados e imperfectos. Hacemos daño, nos equivocamos y tendremos que hacernos cargo de las consecuencias.
También a veces nos hacen daño y se equivocan. La vida es bonita y dura. A veces desequilibradamente.
La importancia de colocarse en la realidad:
En vez de buscar la sensación placentera de gustarnos por completo o de gustar a otros (¡o a todos!) busquemos la serenidad de tener ambas voces preparadas para cuando la vida nos coloque ante la victoria o ante el dolor.
Memento mori.
Recuerda que mereces amor.