¿Por qué nos sentimos culpables? ¿Cuándo la culpa se convierte en miedo a asumir la propia libertad y la responsabilidad de decidir? ¿Cómo dejar de sentirse culpable constantemente?
¿Para qué sirve la culpa?
La capacidad de sentir culpa es lo que nos diferencia de otros animales. La culpa viene a decir: «te has equivocado». Aunque haya sido sin querer, a veces sin grandes consecuencias, sentir culpa es la capacidad de asumir que has hecho algo mal y hacerte cargo de las consecuencias de tus actos.
Lo difícil, como reflexionaba Aristóteles sobre el enfado en Ética para Nicómano es sentirse culpable cuando toca, y no cuando no toca, en la cantidad razonable: ni demasiado ni demasiado poco.
En este artículo la reflexión es acerca de la culpa crónica, tóxica, desmesurada. La reflexión sobre la ausencia de culpa daría para otras tantas líneas que quizás lleguen en el futuro.
La culpa útil y la culpa tóxica:
Hay un tipo de culpa lógica, útil que significa: me siento mal por haber hecho/dicho o no haber hecho/dicho algo. Es una buena brújula porque me indica que he podido dañar, que me he alejado de mis valores, de aquello que quiero ser. Puede ser por tanto un sentimiento útil que nos informa de que hemos errado en la dirección. Sabemos que la culpa es de este tipo cuando no es paralizante. Cuando todo el ser no está en cuestionamiento. Cuando es compatible con el amor hacia uno mismo, con poder ver la complejidad de las relaciones y de las situaciones.
Hay otro tipo de culpa, paralizante, poco útil, tóxica que significa: Me siento mal por ser quien/como soy. Es una culpa general, difusa y constante que pone en tela de juicio a toda la persona.
Cuándo y cómo nos sentimos culpables nos da información útil.
“Me siento culpable siempre”
Si la respuesta a: «¿cuándo te sientes culpable?» es siempre y mucho (o siempre mucho), podemos sospechar que la culpa se ha convertido en una manera de movernos por el mundo, más que en un mecanismo de regulación, comprensión y responsabilidad social y afectiva.
Diferenciar la reflexión de la obsesión:
Tener hábitos de reflexión y de introspección en el día a día está relacionado con buenos niveles de serenidad y bienestar. Hacer una evaluación o un examen al final del día, del curso o de un evento sobre cómo nos hemos conducido, cómo nos hemos sentido, si hemos obrado como nos gustaría hacerlo, es un hábito de madurez y responsabilidad. Sólo a través de la observación y la evaluación podemos responsabilizarnos de nuestras vidas.
Por tanto, hay momentos para reflexionar acerca de nuestros motivos, de nuestras sombras, de aquellas partes de nosotros mismos que nos gustan menos. Qué importante será poder reconocernos a nosotros mismos que nos equivocamos, que somos limitados, que estamos aprendiendo.
Ahora bien, cuando el cuestionamiento es constante, deja de ser reflexión y pasa a ser obsesión. Cuando pensar se convierte en rumiar, la función del pensamiento deja de ser guía y pasa a ser evitación y distracción.
La reflexión es proactiva. La obsesión es reactiva, no es libre.
La culpa como garantía de pertenencia
Cuántas personas toman decisiones basándose casi únicamente en cómo de culpables se sentirían si hicieran algo diferente a lo que acaban eligiendo.
Una cosa es que la culpa sirva como guía y como información y otra cosa es cuando la culpa se instala como el freno de mano con el que vamos caminando por la vida. Ante la duda, me siento culpable como si así, de alguna manera, me aseguro de ser bueno, de ser generoso. Si no me siento culpable, hay peligro de perderme en el peligroso mar de la responsabilidad individual. De elegir. De definirme: esto es lo que me parece importante y esto lo que no, esto es lo que puedo y lo que no. Aunque esto sea difícil de entender o aceptar por parte de otros. A lo mejor la culpa me protege de sentir rechazo, de tener que diferenciarme.
La culpa o el miedo a la libertad:
Es como si la culpa apareciera como un resorte que te dice: ¡CUIDADO! ¡Vas a ejercer tu libertad!
¿Puede la libertad volverse una carga demasiado pesada para el hombre, al punto que trate de eludirla?
Erich Fromm
No debemos confundir la responsabilidad individual con el individualismo o el egoísmo. Hablamos de la responsabilidad como la capacidad de hacerse cargo del propio deseo y elegir siendo conscientes de la libertad que tenemos a la hora de hacerlo. Esto implica necesariamente CLARO, tener en cuenta al otro. Sin tener en cuenta al otro tampoco actuamos desde la libertad si no desde la esclavitud del egoísmo, el narcisismo y la falta de intimidad.
Una misma decisión puede ser tomada desde la libertad o desde la evitación de sentir culpa.
- Ir a ver a un amigo al hospital
- Quedarse hasta tarde trabajando
- Romper una relación
- Mantenerse en una relación
Lo que la culpa esconde:
A veces la culpa actúa como un potentísimo pegamento que nos mantiene pegados a relaciones, maneras de funcionar e instituciones. La culpa, sobretodo en algunos entornos, culturas y sociedades está bien vista. Casi casi, cuanto más culpable se sienta alguien, mejor persona es.
La culpa constante puede estar camuflando otros sentimientos también desagradables y quizás más amenazantes porque implicarían tener que tomar decisiones difíciles:
- El enfado
- La rabia
- La tristeza
- La falta de interés
- El miedo
Y es precisamente este lío el que hace que muchas personas vayan a terapia. Al vivir presos de un omnipresente sentimiento de culpa, no necesitan enfrentarse a estas otras emociones difíciles. Al negar y tapar estas emociones el cuerpo encuentra la manera de expresarlas en forma de eccemas, soriasis, migrañas, herpes zoster, problemas digestivos, ansiedad, sobrepeso, trastornos de alimentación…
La culpa es un viaje de ida y vuelta
Es conocido y acertado el dicho de que: “Hacemos con otros lo que hacemos con nosotros mismos”.
A menudo oigo a personas que viven guiadas por la culpa constante y se repiten a menudo: “hoy en día la gente va a su bola”, “todo el mundo vela por sí mismo”, “ya nadie es capaz de sacrificarse por los demás”.
Si funcionamos desde una lógica de la culpa, si me siento fatal cada vez que no cumplo las expectativas de otros sobre mí, sospecharé o me molestará quien no esté muy preocupado de cumplir mis expectativas sobre él o ella.
Por eso, la culpa es un viaje de ida y vuelta y una forma de ver el mundo que se pasa de generación en generación.
Afrontar la culpa
Cada uno de nosotros nos beneficiaríamos de una reflexión serena y profunda acerca de qué papel cumple la culpa en nuestra vida.
¿Está demasiado presente?
¿Está demasiado ausente?
¿Cómo se gestó la propia capacidad de analizar nuestras acciones, el impacto que tenemos en otros?
¿Qué emociones puedes estar evitando a través de sentirte constantemente culpable?
No somos tan importantes: “O yo soy la causa, o yo soy la solución”
Otra reflexión que debemos hacer tiene que ver con la importancia que nos damos. Conviene analizar si nos creemos esta afirmación:
Ante el posible conflicto: “O yo soy causante de esta situación, o yo debo ser la solución”
Otra manera de recolocar la culpa es darnos cuenta de que nos estamos dando una importancia que no necesariamente tenemos. Pensar que sí nos hace sentir un poder y un control que es mucho mayores que los que sentiríamos si vemos al otro como alguien capaz en una medida importante de hacerse cargo de uno mismo.
La espada de Damocles y cómo quitársela de encima de manera práctica:
¿Cómo actuarías si no te sintieras culpable pero sí responsable de tus actos? Si hay una espada de Damocles sobre nuestras cabezas que va a decidir que, si optamos por la opción A, somos buenas personas (ante otros o ante nosotros mismos) y, sin embargo, si optamos por la opción B, somos malos, egoístas, agresivos…poca libertad real hay.
Propongo un ejercicio de dos pasos:
- Primero preguntarse: ¿Qué querría hacer si en ambas opciones soy buena persona, amigo, hijo, trabajadora, madre, padre?
- Tener en cuenta no sólo cuál es mi deseo si no también cuáles son los valores que quiero que rijan mi vida, qué uso quiero hacer de mi libertad, en este caso concreto, qué creo que debo hacer teniendo en cuenta las complejidades de la situación. Es decir tengo en cuenta al OTRO y a los otros.
- Formulo mi decisión haciéndome cargo de mi libertad: «Yo quiero esto». «Yo decido hacer lo otro». «Yo acepto que tomando esta decisión las consecuencias son estas y las elijo por encima de las consecuencias de no tomarla».
- Aceptar y hacer el duelo de las pérdidas si las hay, aceptar y gestionar el miedo, aceptar y proteger lo esencial.
Decido desde la libertad, no desde la culpa y asumo las consecuencias de mi decisión sin volver a la culpa.
Ejemplo:
_Libertad: Voy a ver a mi amigo al hospital porque quiero. Porque quiero estar con él. Podría no hacerlo, pero quiero verle, aunque esto implica una serie de renuncias y problemas.
_Culpa: Voy a ver a mi amigo al hospital porque si no me siento culpable. Si no voy, no soy buen amigo. Si no voy, él, sus padres, su mujer, el grupo de amigos van a pensar que soy un egoísta.Si voy, soy buena persona, buen amigo y estoy a salvo.
La culpa es un tema que SIEMPRE sale en una psicoterapia medianamente profunda: por mucha, por poca, por exagerada, por ser arrojada al mundo (todos están contra mí), por ser engullida hasta el empacho (todo es mi culpa, soy un arma de destrucción masiva).
La labor de un psicólogo, psiquiatra, acompañante, agente de ayuda…nunca debería ser la de juzgar o decidir en qué caso concreto sí la culpa es sana y dónde no lo es. Esto sería paradójicamente darnos más poder del que tenemos y privar al paciente de asumir su libertad. Lo importante es poder PENSAR para poder DECIDIR cada vez con mayor LIBERTAD interna (de la de verdad).