Psicología & Psicoterapia

Historias reales de terapia: La Guerra, el Miedo y la Memoria

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En estos momentos, cada semana, en terapia veo a cuatro personas: un hombre argelino, una mujer venezolana de origen judío, un hombre neoyorquino no religioso pero también de origen judío, y una mujer libanesa.

M., el argelino, tiene lazos familiares en Líbano y Palestina. Vive con el miedo constante de lo que pueda ocurrirles a sus seres queridos, un miedo que no solo le afecta en el presente, sino que despierta heridas históricas que han marcado a su pueblo por generaciones. Las historias de desplazamiento y pérdida que sus abuelos transmitieron a sus padres vuelven a la superficie, generando un sentimiento de vulnerabilidad que cruza fronteras y décadas.

N. y B., la venezolana y el neoyorquino, ambos de orige judío viviendo en España, llevan consigo el peso de un trauma intergeneracional, el de un pueblo que ha sobrevivido innumerables persecuciones. El miedo que experimentan no se limita a las vidas en riesgo hoy; es un eco de una historia de odio que ha seguido a su comunidad durante siglos. El conflicto actual reaviva antiguos fantasmas de exclusión, de enfrentamientos sin fin, y la constante preocupación de que la violencia y el odio puedan resurgir, poniendo en peligro la seguridad de su identidad y su comunidad.

C., la mujer libanesa, tiene a toda su familia en el epicentro del conflicto. No solo sufre la incertidumbre de lo que pueda sucederles, sino también el dolor de estar lejos, enfrentando la impotencia que provoca la distancia. Líbano, un país ya devastado por años de guerras, parece atrapado en un ciclo interminable de trauma, donde cada generación presencia nuevas formas de destrucción. Su angustia actual está entrelazada con ese trauma colectivo, que ha permeado profundamente su identidad y su visión del mundo.

Los cuatro afrontan el impacto del odio y la violencia que no solo afecta a sus seres queridos, sino que amenaza su sentido de pertenencia, seguridad e identidad. El miedo y el trauma intergeneracional se manifiestan de formas particulares en cada uno, pero hay un hilo invisible que los une: el dolor de ver cómo la historia se repite, la angustia de sentirse impotentes ante un ciclo de sufrimiento que parece no tener fin.

Desde la distancia geográfica, el conflicto no pierde su intensidad. El trauma sigue vivo en la memoria, en la constante preocupación, en los vínculos familiares, y hasta en el propio cuerpo. Los cuatro, de verdad, se esfuerzan por reflexionar y vivir con compasión y empatía, por preservar la esperanza y la conexión. Inevitablemente las cicatrices del conflicto siguen entrelazándose con sus vidas cotidianas. Cada uno mira la realidad desde su propio prisma y todos cargan con el peso del dolor y el miedo que trae la guerra en Oriente Medio.

Ninguno de ellos comenzó su terapia debido a este conflicto, pero en los últimos meses, todos han necesitado hacerle un espacio al miedo, a la rabia y al dolor. Cuando el modo «supervivencia» se activa, todo lo demás queda en segundo plano.

Sé que suena como un cliché, pero a veces fantaseo con la idea de que se conozcan. En varias combinaciones, creo que se llevarían bien.

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